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domingo, 26 de febrero de 2012

Norberto Luis Romero




Hay relatos que apelan a la sutileza y la demora para generar el clima necesario de una trama compleja; otros, como La noche del zepelín, lo logran con inversos artificios. En una prosa directa, rígida y veloz, el suspenso y una agónica sensación de pérdida y dolor invaden al lector ya desde las primeras líneas.
En un caserón antiguo, un puñado de sirvientas son víctimas de la extrema maldad de una niña. Fruto ésta de la lujuria de la señora de la casa y el hijo de la ama de llaves, su pervesa abuela la privará de su sexo mediante una castración desde su primer minuto de vida; es que su madre -la señora de la casa-, había hecho lo mismo con su padre en el momento de su concepción.
La aberración, la ignorancia y el sexo sin sentido sirven de excusa para el desarrollo de una historia siniestra, dominada por la demencia y la carencia del perdón.
Una perla: la niña (¿niña?) se llama Hada Dulce; un nombre que hasta el final de la novela causará simplemente... espanto.
Tomo un breve párrafo de la primera página para ilustrarlo: "antes de cauterizar la herida abierta entre las piernas de su hijo, le llenó la boca de trapos para ahogar los chillidos. El cuerpo del muchacho se resistió convulsionándose con violencia a pesar de su debilidad extrema. Y mientras Draya mantenía la llave contra la carne abierta, brillando con la incandescencia de un ascua, de sus labios delgados brotó una maldición en voz muy baja: me arrepiento del nombre que llevas, lo maldigo una y mil veces, pues su significado desató el infortunio en esta casa".



Básteme decir que el sugerente título Signos de descomposición, hace honor a cada palabra que compone el presente relato. De todas formas, en nada prefigura la trama. Sí debe saber el incauto lector que su cadencia es altamente tóxica y epidérmica, no apto al amante de los clásicos clichés. No hay nombres, no hay años, no hay mayores datos.
Como en un furioso aquelarre -donde el recuerdo, la locura y la extrema soledad danzan alucinados-, tres seres simulan vincularse de modo ambiguo y caótico. Y si bien el final va desencadenándose paulatina y fugazmente, cada diálogo se sumerge en la pretensión de convencernos de que algo no es como se sugiere. Y lo recibimos con fascinada angustia.
La silenciosa protagonista -una lombriz solitaria que anida en un vientre enfermo-, es signo y símbolo de todos y cada uno de los desfigurados seres que componen la historia. Cerré el libro sabiéndome parte de alguno de esos seres; o, lo que es lo mismo, pensé que en algún momento ellos me habían robado las palabras.  
Leemos: "cuando muera, la Tenia (la lombriz), me saldrá por el ano en busca de luz y de comida. Ese será mi alumbramiento (...) Mi monstruoso hijo, con la cabeza cubierta de garfios y ventosas, coronado con los laureles de la gloria, me abandonará. Seré una madre muerta, cono lo será mi madre (...) Y mi hijo se arrastrará en busca de otro cuerpo donde alojarse, de otros cálidos intestinos a los que aferrarse y anidar (...) Será intruso en otra carne tambien ajena a la mía, en un ser que no llegaré a conocer nunca, a pesar de comulgar con él en la sangre, en el sufrimiento y en el destino".



Que no se diga que lo macabro es sinónimo de mal gusto. Puede no solo no serlo, sino paracernos infinitamente familiar y hasta tornarse cotidiano y aceptarse. Si el postulado resulta falto de argumento, insisto en que se lea esta novela para convencerse. Isla de sirenas es, creo, un libro fuera del mundo.
Dos huérfanos, hermanados en la sangre y en un amor tortuoso y mutuo; dos abuelos, enfermos de cuerpo y alma y una visita que llega para destruir un mentirosa armonía. Una semilla maldita que aúna a todos los habitantes de la región y una casa a la vera de un acantilado, le dan escena al drama y conjugan la pestilencia de la muerte con la dificultad de un vínculo humano que, cada vez, se hace más complejo.






1 comentario:

  1. Hola Mariano. No nos conocemos, pero es muy buen comienzo. Muy agradecido por tu publicación, tus palabras y entusiasmo. recibe un caluroso abrazo.
    Norberto

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