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sábado, 31 de marzo de 2012

Roland Topor




Quien haya leído Las ruinas circulares, de J. L. Borges, o esté familiarizado con el postulado Niestcheano del Eterno retorno, estará en condiciones de anticipar un argumento. Quien adolezca de ambas lecturas previas, el relato le augura una sorpresa más que agradable.
Roland Topor ha logrado con El quimérico inquilino, una rareza literaria difícil de ponderar: surrealismo, notas oníricas y costumbrismo, dentro de una historia que raya la extrema simpleza.
Un departamento recientemente rentado, una inquilina que acaba de suicidarse en él y un grupo de vecinos que -como en una pesadilla interminable-, comienzan a mezclarse impunemente en la vida privada del protagonista. Intromisiones, peleas, visitas grotescas, movimientos nocturnos, robos y accidentes se suceden en una espiral demencial, que llevarán su cordura a oscuros límites. Mediante un relato escatológico, teñido de terror cotidiano, Topor sugiere que -tal vez-, estamos viviendo una vida que no nos pertenece.
Según el texto: "La niña enferma miraba intensamente a Trelkovsky (...) ¡Lo he hecho en la escalera! Se rió a carcajadas. Sí, he hecho caca por toda la escalera (...) En todos los pisos. La culpa es suya, después de todo: no deberían haberme producido el cólico. Pero no lo he hecho delante de su casa -añadió-, no quisiera causarle molestias".

Como si fuera poco, Topor también era actor y dibujante -como Kubin y Schulz-, dos de los mejores escritores polacos de todos los tiempos. Incluyo algunas de sus obras, tan apreciables y perturbadores como sus relatos.




1 comentario:

  1. Magnífica novela y magnífica También la película de Roman Polanski basada en ella.
    Un abrazo
    Hansel

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