William Faulkner fue un narrador y poeta, reconocido por trascender las barreras estilísticas de la época -el monólogo interior, los saltos en el tiempo-, e innovar el género literario. Nacido y criado en el sur de los Estados Unidos, todos sus relatos están influidos por la rivalidad de la raza y las deplorables condiciones de vida del Misisipi; circunstancias éstas que marcarían profundamente todas sus obras. Algunos de sus títulos más conocidos son Las palmeras salvajes, Desciende Moisés y Absalón, Absalón!.
Sin embargo, me detendré en dos de las obras que más me gustaron por su originalidad y construcción narrativa:

El efecto es abrumador. El pequeño siente, piensa y reflexiona -una y otra vez-situaciones que le son del todo ajenas -él está ajeno a todo-, con una exactitud paradójica, tan cruda y fugaz que alarma e impide detener la lectura. Estremece conocer la historia desde su perspectiva, ya que dentro de su inhóspito mundo, alcanza comprensiones que rozan la infinita tristeza y -a la vez-, una infinita y latente sabiduría. La vulgaridad, el desprecio y el desamor cobran una altura inesperada y atractiva, desde una óptica tan peculiar, sentimental y poco frecuente.

A expensas de parecer una trama volátil o sensiblera, esta historia tiene una fuerza única. La extrema pobreza de la familia va de la mano de un inhumano nivel de ignorancia. La falta de escrúpulos y de consideración actúan como fuerzas de choque, en una línea narrativa que se precipita a un final inevitable y que se no se desconoce. La muerte de la madre será solo un detalle dentro de la historia. Los diálogos, rebosantes de una feroz y alienada desprocupación hacia todo lo valorable, son tan excepcionales como atroces.
El lector no podrá menos que sentir una irreparable lástima por todos; y eso lo hará saberse culpable.
Ambas lecturas son altamente recomendables. Leer a Faulkner es toda una experiencia.
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