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lunes, 16 de mayo de 2011

Jorge Luis Borges



Para mí, uno de los mejores escritores de todos los tiempos. De todas formas, justificaré y a la vez intentaré convencer -al lector que aún no lo conozca-, de la veracidad de mi sentencia.
Se lo tilda a Borges de dificil, extraño, complejo. Borges no es eso. Es mucho más. Es más complejo de lo que se cree. Porque para leer a Borges hay que haber leído otras cosas antes. Si no, es como querer hablar con un extranjero sin saber su idioma, o intentar conducir un vehículo sin conocer las leyes de tránsito.
Borges es, primeramente, un autor referencial. Es decir, se expresa mediante el recurso de referirse a otros para solventar, argumentar o trasgredir sus propios escritos. Por ejemplo, entender gran parte de sus cuentos, ensayos o prólogos sin antes haber recurrido a la lectura de Platón, Shoppenhauer, Kipling, Poe, Stevenson, Kafka, De Quincey, Carlyle, Chesterton o Swedenborg, no solo lo haría incomprensible sino, lamentablemente, tedioso. Y no es posible comprenderlo en tales circunstancias porque su erudición -y una cierta falsa modestia-, le impedía no recurrir a otro para sostener sus postulados y, a menudo, también adjudicárselos.
Llegué a Borges con poca simpatía pero sentí que debía entenderlo para juzgarlo. Hoy agradezco tal desafío. Mi biblioteca cuenta con estos y muchos otros autores, necesarios para entender a Borges y fundamentales para entender el mundo.
Por otra parte, a Borges le obsesionaban algunos temas que plagarían incondicionalmente sus relatos y, a decir de él, los repetiría una y otra vez: los tigres, el espejo y los laberintos. Y la metafísica como catalizadora de las historias.
Más allá de sus libros más conocidos, como El Aleph y Ficciones, quiero denotar dos de sus cuentos que me han cautivado por su estilo, complejidad y funcionalidad narrativa: La casa de Asterión y Los teólogos. Obligado por el espacio, resumiré ambos:
La casa de Asterión es la historia del mítico minotauro contada desde la perspectiva del monstruo. La de un ser solitario, errante y dolido, perdido en una casa sin puertas (el laberinto). Y cómo ve venir con perplejidad a Teseo, con más esperanza que temor. Y cómo queda perplejo al ver que aquel le da muerte, cuando Asterión (el minotauro), solo deseaba dejar de ser distinto. El minotauro culmina preguntandose: ¿Cómo será mi redentor?, ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?.
Una última pregunta entre Ariadna y Teseo -que pone fin al cuento-, promete instantes posteriores de reflexión y asombro sobrenatural. 
Los teólogos narra la historia de dos padres de la iglesia primitiva que luchan denodadamente por ser el mejor teólogo y diferenciarse. Secretamente se profesan admiración, pero públicamente se escarnian, hasta el momento en que uno logra mandar a la hoguera al otro. Toda la existencia del que no ha muerto resulta signada por la falta: su alter ego le era necesario y un modo de justificación de su propia vida. La muerte encuentra a éste cuando un rayo lo consume, ya anciano. La narración culmina frente a Dios -en un paraíso arquetípico-, cuando Borges imagina que Este confunde a uno con otro, ya que Dios no conoce de diferencias religiosas.
Borges, a su vez, alimenta su prosa con temas caros a la filosofía, como: las pesadillas, el tiempo, el espacio, las matemáticas, el arte, la mitología, las religiones, la guerra, la demora, la traición... hasta las más variadas simplicidades autóctonas: el gaucho, las orillas, la llanura interminable.

Si tuviese, apurado, que recomendar un libro de Borges para comenzar un primer acercamiento hacia él, sería sin duda Ficciones.
Si lo hiciera a conciencia, no podría.


. No hacerlo es perderse una parte imprescindible de la historia de la humanidad.

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