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sábado, 21 de mayo de 2011

Theodore Sturgeon


Theodore Sturgeon fue un prolífico escritor de novelas de ciencia ficción, convirtiéndose en un referente indiscutido -a la altura de Bradbury: a mi gusto, aún mejor-, y uno de los pocos ganadores del Nebula, Hugo y Fantasy -los tres más altos galardones del género.

Me detendré especialmente en su novela más conocida y, a mi gusto, la más lograda: Más que humano. La historia está dividida en tres grandes partes, que -a sazón de eslabones-, prefiguran y configuran una trama compleja donde el tinte psicológico se debate en temas contundentes -la exclusión, el dolor extremo, la sexualidad prohibida, la castración, la insatisfacción espiritual, la magia-, que explaya cada uno de sus personajes.
Un idiota -así lo llama el autor-, un ser despreciado y solitario llamado Lone, se ve atormentado por el clamor inaudible de seres tan indefensos y solitarios como él -dos hermanitas gemelas, un bebé y una nena super inteligente-, con diferentes discapacidades mentales y motrices. El idiota, este ser incompleto y primitivo, comienza a descubrir -¿por casualidad, sin mérito?- capacidades ocultas en cada uno, y termina creando/formando junto con ellos una especie de cuerpo humano, donde cada uno cumple una función específica para subsistir: el subsistir de este cuerpo colectivo, del cual él forma parte. Pero la trama recién comienza cuando el cuerpo comprende que su cabeza -Lone- es un idiota, y sus partes se revelan contra su creador. Los diálogos, los silencios, las estructuras que dan vida al relato son -sin exagerar-, inmejorables, y da la impresión de que ninguna palabra falta o sobra en pos de la historia que se cierne. El final, por su parte, depara una sorpresa inconcebible.
En síntesis, una novela que será necesario leer varias veces, para reflexionar sobre el ser humano que creemos ser como especie.

Sus cuentos no son menos elogiables. Los incluidos en La fuente del unicornio son de los mejores que he leido del género. Las manos de Bianca, No era sicigia y Una manera de pensar, justifican, por sí solos, toda la obra de Sturgeon. La soledad metafísica que se experimenta en cada uno de ellos es casi palpable, atroz, inhumana. Estos cuentos no entretienen; infligen un daño irreparable.
Como dijera Ray Bradbury en su prólogo a esta obra: abría al medio cada relato (...) y le sacaba las tripas para ver qué los hacía funcionar...



Los cristales soñadores es una novela sobre la inclusión, el temor a ser distinto y la capacidad de adaptación, todos temas recurrentes en las narraciones de Sturgeon.
Un niño con una extraña capacidad, vinculada a unos pequeños vidrios (los ojos de un muñeco de juguete), es echado de su casa y adoptado por un circo nómade de enanos y deformes criaturas. Descubrirá el amor y la comprensión en el menor lugar pensado, al igual que un destino imposible: los espejos duplican personas y cosas y él se sabe producto de ellos.
Una enorme historia, dulce y trágica, donde la ignorancia se yergue sobre las capacidades diferentes del ser humano. 

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