0

0

domingo, 8 de mayo de 2011

Bruno Schulz



Llegué a Bruno Schulz en 2011 por mera casualidad, en una librería de Recoleta. Fue amor a primera vista. Madurar hacia la infancia recoge toda la obra del polaco -salvo su correspondencia- y no tiene desperdicio.
Casi toda su obra gira en torno a la figura de su padre, Jacobo, y la relación entre ambos. Pero sucede algo extraordinario y que opera como eslabón conductor entre sus cuentos: es mucho más lo que se oculta que lo que se dice, y es tan notorio que apabulla. De hecho, los diálogos no abundan en ninguno de los relatos, pero Schulz no deja de sugerir la crueldad, la soledad y el dolor que lo rodea (en su bélica y comercial Polonia natal), sin recurrir a golpes bajos. En este contexto es su padre -un viejo vendedor de telas, suerte de demiurgo, creador de realidades paralelas y de mundos-, quien lo librará -sin quererlo-, de las atrocidades que agobian al pequeño Bruno en derredor: es que Jacobo se presenta como una suerte de desquiciado para los ojos ajenos, y como un descubridor de alegrías para los ojos de su hijo.
Esta concatenación de cuentos -toda su obra-, parecen ser historias individuales, cerradas en sí, pero guardan una estrecha unidad solapada, por lo que pueden leerse como una especie de gran historia. Creo que la eficacia de su obra radica en narrar circunstancias opresivas, casi atroces -autobiográficas o fantasiosas-, como si estas no ocurrieran; como si él y su entorno las aceptaran como cotidianas. Por ello, el efecto conseguido es implacablemente superior a la sugerencia directa, que a menudo es menos eficaz.
Y creo que aquí yace la originalidad de su propuesta: su prosa existencialista, onírica y metafísica -y como transversalizada por una mitología que la empaña al extremo-, alcanza un dulzor particular, donde cada palabra esconde un sabor monocorde y sorpresivo. El arte que utiliza para materializar sus relatos es superior, incluso, al argumento del que se vale para narrarlos.
No puedo dejar de hacer una mención especial para algunos de sus cuentos, que son maravillosos: “Los pájaros”, “Tratado de maniquíes”, “La última escapada de mi padre” y “Sanatorio bajo la clepsidra”. 
De “Los pájaros”, extraigo este deleite:
"Sin embargo, poco después, tras un breve período de esplendor, se tornó triste. Pronto se hizo necesario el traslado de mi padre a las dos habitaciones del ático que servían de trasteros. Desde allí, ya a las tempranas horas matinales llegaba el fragor mixto de voces de pájaros. Las cajas de madera de las habitaciones superiores, reforzadas por la resonancia del espacio del techo, zumbaban de susurros, aleteos, cacareos, chillidos y gorjeos. De este modo perdimos de vista a mi padre durante varias semanas. Solo de vez en cuando bajaba al piso y entonces apreciábamos que había menguado, enflaquecido y encogido. A veces, como perdiendo el control, se levantaba de la mesa de un salto agitando los brazos como si fueran alas, emitía un largo cacareo y la membrana blanca le velaba los ojos. Después, avergonzado, reía con nosotros y trataba de convertir en broma el incidente".

Como si hiciera falta más, incluyo algo de su increíble obra pictórica, donde abundan -al igual que en sus cuentos- temas recurrentes como la mujer como ser inalcanzable, las carrozas, el padre y él mismo:






 
 



  






No hay comentarios:

Publicar un comentario