Su extensa obra es ácida, negra, nihilista y pesimista al extremo. Su prosa abunda en un estilo que es su sello y ha marcado un hito en la literatura: la falta de puntuación y la repetición. Es decir, una sola idea suya puede extenderse, sin una sola coma, durante varias páginas, reiterando al infinito palabras o párrafos enteros, logrando una sumisión total al estilo. Las frases reiterativas y el nivel de detalle al extremo son puntales en sus obras y hacen que la lectura sea intensa, por momentos casi imposible de seguir. Sus temas preferidos son la amoralidad, el absurdo, la soledad, la violencia y la locura.

Por eso, al leerlo, habrá un dejo de familiaridad en sus palabras; Bernhard pone en evidencia, en cada relato, algo que le pertenece por antonomasia a toda la humanidad. Y por eso es tan necesario y difícil olvidarlo.
Y si bien su característica prosa es inconfundible, elijo tan solo una frase breve, que reclama ser Bernhardiana más por su filosofía que por su extensión: "Solo porque me opongo a mi mismo y, realmente, estoy siempre en contra de mi, soy capaz de ser".
Qué belleza...
Su obra se ve saturada de temas que considera indispensables: la religión católica, el nacional-socialismo, la soledad, el destino y el casi nulo dominio que el hombre tiene sobre sus circunstancias. Qué belleza...
De todas formas (y si se me permite resumir en un solo postulado su pensamiento), Bernhard sostiene que la salvación del hombre solo puede lograrse gracias a su educación intelectual, sabiendo que el riesgo es apartarse de la sociedad y de la sanidad mental a la que tal empresa conlleva.

Con el glacial clima que impera geográficamente -que potencia la soledad y la locura-, Bernhard contagia de piedad al lector, que logra comprender el avance de la enfermedad mental entre ambos hermanos, mientras hace estragos en sus cuerpos y sus almas.

Los dos tienen patologías diferentes, aunque la senilidad (rasgo casi repetitivo en las narraciones del autor), se hace presente en ambos. Bajo formas sutiles, la demencia aparece tan a menudo, que el lector supone que puede estar tan o más afectado que los protagonistas. Es decir, Bernhard logra emparentarnos tan bien con el amor y, a la vez, el abandono que se profesan invariablemente, que no podemos menos que reflexionar sobre lo que somos con nosotros y los que decimos amar.
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