
En un antiguo caserón, una joven institutriz debe velar por el cuidado y la educación de dos pequeños niños huérfanos. Ella y una ama de llaves serán las encargadas de garantizarlo. Con sorpresa, la institutriz hallará que los niños son incomprensiblemente bondadosos, dulces, amables y solícitos hasta el extremo, motivo por el cual su trabajo se tornará placentero hasta lo inconcebible. Pero todo cambiará radicalmente, cuando ella comience a ver presencias en la casa -en momentos clave-, a las que pronto adjudicará circunstancias fantasmales. Y los niños ya no volverán a ser los mismos. Ni ella.
Pero lo realmente original -y efectivo-, es que solo ella puede ver esos fantasmas. Por lo tanto, ¿se trata de verdaderas visiones de ultratumba o de la extrema demencia de una institutriz?
Por fortuna, la historia no toma partido por una u otra sentencia, pero las relaciones entre los personajes dotarán de una absoluta veracidad a ambas posturas.
El relato merece un atento y sagaz lector, para lograr sacar de él lo mejor posible.
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