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martes, 8 de julio de 2014

Mathias Enard




Comenzando con un acertado título, la novela "Habladles de batallas, de reyes y elefantes" nos habla de un Miguel Ángel desconocido, de un artista enfrentado a la barbarie y la opulencia de una época y de un hombre muy humano, sanguíneo y en ocasiones falaz, en busca de un camino que le es esquivo.
Florencia o Constantinopla, cristianos o musulmanes, escultura o grabado de íconos, el papa Julio II o el sultán Beyazid, Leonardo Da Vinci o él. Todo y todos confluyen en el mundo en 1506. 
Julio II le encarga a Miguel Ángel la construcción de su tumba, que debe ser imponente y a la altura del pontífice. Julio II no cumple con los pagos. Miguel Ángel debe solventarlo hasta su propio riesgo. Miguel Ángel acaba de dar vida a su David y su ego es tan grande como su obra. Es así que, ofuscado y oyendo una invitación del sultán de oriente, viaja para diseñarle y construirle un puente de más de 900 metros en el centro del puerto de Estambul. Leonardo ha diseñado recién uno, feo y poco realizable a los ojos del sultán. La paga supera con creces lo que ha conocido Miguel Ángel. Éste imagina dos alicientes: superar en gloria a Leonardo y vengarse de la mala paga de Julio II.
He contado el corazón de la historia y no he contado nada. Enard teje dos lecturas complementarias: la trama misma y otra que se gesta por detrás, componiendo y sugiriendo aquella, dando atisbos de resolución sin adelantar conjeturas. Logra Enard conjurar en uno, los vientos de la desembocadura del Tíber y los del estuario del Cuerno de Oro. Vomita ráfagas de sahumerios y esencias y grafito en la mesa del artista, y hace que nos mezclemos con él en camas nocturnas que transpiran pensamientos.
Una novela muy bien escrita, que deparará alguna sorpresa palaciega hacia el final y que querremos releerla, para reflexionar sobre uno de los más grandes artistas del renacimiento. Las últimas páginas decantarán soledad y sacrificio. Entonces... arte.

Dejemos que Enard nos convenza:

"Una verdad. Sé que los hombres son niños que ahuyentan su desesperanza con la cólera, su miedo en el amor; en el vacío, al que responden construyendo castillos y templos. Se aferran a los relatos, los ponen por delante como estandartes; cada uno hace suya una historia para inscribirse en la multitud que la comparte. Se los conquista hablándoles de batallas, de reyes, de elefantes y de seres maravillosos; contándoles la bondad que habrá más allá de la muerte, la intensa luz que presidió su nacimiento, los ángeles que lo acompañan, los demonios que lo amenazan, y el amor, el amor, esa promesa de olvido y de saciedad"(...)
(...)"A menudo ahelamos la repetición de las cosas, deseamos revivir un momento que escapó, volver sobre un gesto perdido o una palabra que jamás pronunciamos, nos esforzamos por recuperar los sonidos que quedaron en la garganta, la caricia que nunca nos atrevimos a dar, el abrazo que desapareció para siempre".     

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